La cura de las escritoras locas

¿Qué es la locura? Históricamente, se ha entendido como un estado mental que difiere de lo considerado socialmente normal. Dependiendo de la época, esta locura ha estado rodeada de un aura de exotismo que la hacía, sino deseable, al menos sí fascinante. ¿A quiénes se les toleraba, incluso se les premiaba, esta supuesta locura? Por supuesto, a los artistas. Es posible que, si los psiquiatras actuales diagnosticasen a todos los genios malditos de la historia, seguramente pocos fuesen víctimas de auténticos trastornos mentales. Sin embargo, en escritores, compositores, pintores... esas rarezas se valoraban como marca de genialidad. Puro romanticismo.

Si bien, ser calificado de "loco" no era tan habitual ni tan perjudicial como ser tachada de "loca". El artista loco siempre ha sido un genio; la artista loca, una desquiciada. No hay dos diagnósticos que históricamente hayan perjudicado más a los avances de las mujeres que la "histeria" y la "depresión nerviosa". Cualquier mujer que trasgrediese las normas estrictamente pautadas por la sociedad patriarcal, era diagnosticada con alguno de estos males. Ella no era una avanzada a su tiempo. Tan sólo había perdido la cabeza.

La pequeña editorial Palabrero Press ha reunido en el volumen Locuras algunos textos representativos de autores a los que, en algún momento de sus vidas, se los tachó de locos. La selección incluye a Emily Dickinson, Charlotte Perkins Gilman, Alice James, Guy de Maupassant, Lu Xun y Nikolái Gogol. Aunque los tres hombres tienen historias interesantes tras de sí, he preferido prestar atención a las tres mujeres, porque, sin duda, la locura las ha perjudicado más a ellas que a ellos, desde Santa Teresa de Jesús hasta Carson McCullers. "Tantas, tantas mujeres locas y brillantes", se lamenta la escritora Espido Freire en el prólogo a la edición.


Estas escritoras comparten el remedio que la sociedad -los hombres de su familia- les dio para tratar sus desórdenes mentales: la prohibición de escribir y leer, de trabajar en sus textos, los cuales se consideraba que agravarían su afectación. La ausencia de estímulos intelectuales era absolutamente contraproducente. "No lean, no escriban, dictaban con particular inquina los doctores a las mujeres: perjudica a su feminidad, hiere su cuerpo, pierde su mente", escribe Freire.

A ninguna de estas tres autoras se las diagnosticó erróneamente una enfermedad mental. Sin embargo, su condición de mujer -y de creadores- hizo que fuese más difícil vivir con ello. La socióloga Charlotte Perkins Gilman padeció una grave depresión posparto. Las recomendaciones médicas que la alejaban de la lectura y la escritura casi destruyen su mente por completo. El resultado de este tiempo fue el magnífico cuento El papel de pared amarillo, que empieza como una queja doméstica para convertirse en un auténtico relato de horror que esconde tras sus palabras la desesperación, el anhelo, el confinamiento y la necesidad irrenunciable de crear. El marido de la protagonista refuerza este dolor, representando de forma insufriblemente condescendiente a esa sociedad que no atendía las verdaderas preocupaciones de las mujeres. 

"John se ríe de mí, por supuesto, pero eso es de esperar en el matrimonio"

La vida de la poeta estadounidense Emily Dickinson es mucho más conocida, y quizá sea de las pocas autoras cuyo aura de locura la convirtió en una figura literaria de culto. Quizá, de hecho, se ha resaltado demasiado su malditismo en detrimento de su gran poesía. Diagnosticada de postración nerviosa, vivió encerrada casi toda su vida, observando el mundo a través de la ventana, sola en su soledad, sola en su genialidad. 

"Una no necesita ser una Estancia  - para estar Hechizada -
Una no necesita ser una Casa -
El Cerebro tiene Pasillos - que sobrepasan
El Lugar Material"

Y la menos conocida de las tres es Alice James, a la que los vientos góticos le vienen de su hermano, Henry James, autor de Otra vuelta de tuerca. Desde la adolescencia tuvo problemas psicológicos que, como era de esperar, sus coetáneos diagnosticaron como histeria. Qué curioso, sin embargo, que esos males psicosomáticos la llevasen a ignorar las leyes sociales imperantes. Esta edición reúne una selección de sus diarios, que pueden leerse completos en la biblioteca de la Fundación ONCE, en este enlace. De nuevo, la escritura supuso para ella un hábito terapeútico. En mayo de 1889 escribía:

"Creo que si adquiero el hábito de escribir un poco acerca de lo que ocurre, o más bien de lo que no ocurre, puede que pierda una pequeña parte de la sensación de soledad y desolación que no me abandona."

Emily Dickinson


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