50 escritores por 50 escritores

En Papeles Mínimos editan poco, pero lo editan muy bien. Son esos libros que te compras envueltos, artesanos, delicados, a un sorprendente buen precio. En una de las librerías de Madrid que más frecuento tenían colgado un enorme póster con caricaturas de cincuenta escritores. "Lo quiero", pensé. Y al poco, trasteando entre estanterías de novedades de editoriales independientes, descubrí que ese póster recopilaba las cincuenta caricaturas de cincuenta famosos escritores y escritoras que el ilustrador César Fernández Arias había dibujado para la editorial Papeles Mínimos, a la que ya conocía por la novela Lento proceso.



La lista de 50 escritores, nos explican en la nota a la edición, siempre estuvo abierta. Son estos cincuenta pero pudieron ser otros sesenta y siete. Hubo una propuesta inicial de la que desaparecieron algunos nombres y se incorporaron otros nuevos. Todo fue variando dependiendo de los autores contemporáneos que accedían a colaborar en este breve pero precioso proyecto. Escritores y escritoras de mayor o menor edad, mayor o menor prestigio, todos eligieron un escritor para hablar, de manera anecdótica o central, del lugar que los vió nacer por primera vez. Así, Juan Martínez de las Rivas habla de la casa museo de Jane Austen; José Luis Cancho -autor de Lento proceso- de la Aracataca que fue Macondo de García Márzquez; Javier Montes escribe sobre Valladolid y Río de Janeiro, los dos distantes hogares de Rosa Chacel; y Marta Sanz -reciente ganadora del Premio Herralde de Novela- recuerda su paseo por Trieste, la tierra de Italo Svevo. Y así hasta cincuenta.


¿Por qué eligió cada autor contemporáneo a cada autor clásico? La relación entre un escritor vivo con sus adorados escritores muertos es todo un misterio. Hay nombres que descubrimos, por azar o intencionadamente, y que se quedan ligados a nuestra vida para siempre. No sólo a nuestros hábitos de lectura y escritura, si no también a nuestro modo de ver el mundo. Recordamos sus frases a cada experiencia nueva. Disfrutamos desentrañando sus personajes. Comparamos sus temas con los temas de nuestra vida. Y nos fascina leer sobre ellos. A veces, hasta escribir sobre ellos. Esto último conlleva un riesgo. Puede caerse en la saturación, que te lleva a abandonar el montón de libros -el grosor dependerá de lo prolífico que haya sido el adorado o adorada- y no volver a leerlos en años; o puede que incluso al desengaño, cuando conocemos algo de su vida o su obra que nunca supimos y desearíamos no haber descubierto. Es una relación unilateral que a veces es cruel, pues el amor no tiene camino de vuelta. Del autor o los autores -porque se puede amar a más de uno- tan sólo nos llega el silencio de sus palabras, que nunca van a cambiar. Lo que sí puede cambiar son los significados que nosotros les demos. Cincuenta personas vivas que han dedicado su vida a la literatura recuerdan el lugar donde abrieron los ojos otras cincuenta personas que ya sólo son polvo y memoria. Y palabras. Y libros. Y caricaturas. Y genios.



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