Libreros en llamas

La librería quemada, Sergio Galarza
(Ed. Candaya)


La última novela del peruano Sergio Galarza es una bofetada de las que escuecen. Una más para completar y cerrar su triología madrileña que inició en la editorial Candaya con Paseador de perros y JFK. Es su particular retrato costumbrista de su ciudad de adoptación, inmensa y caótica, algo cruel pero complaciente, con sus avenidas comerciales y sus extrarradios. Pero la última bofetada de Galarza quizá sea la más grande, al menos porque ha ido a parar a un sitio conocidísimo, un tanto emblemático, y que yo solía frecuentar bastante y ahora de vez en cuando. No voy a deciros cuál es La Gran Librería. Leed la novela para descubrirlo. Situad su ubicación en el mapa. Recorred la distribución de las estanterías. Fijaos en el color del chaleco de los dependientes. Suena algo así como ¡plaf!



Galarza es librero, y eso, por lo visto, curte a cualquiera. Son bastantes los escritores que se han mantenido vendiendo los libros de otros. Él estuvo durante años en la sección de autoayuda, la más desquiciada, la más imprevisible, demasiado cerca de las estanterías de religiones y misticismos. Suponemos que habla a través de sus personajes cuando se queja de lo insoportables que podemos llegar a ser cuando vamos a buscar libros. Qué culpa tiene él si no recuerdas el autor, ni el título, si ni siquiera sabes de qué trata el libro... Pero, como decía, bofetadas las hay para todos. No sólo para el cliente -que, queda claro, no siempre tiene la razón-; también las hay para los propios libreros. ¿Qué ha pasado con ellos? ¿Cuando perdieron el amor por los libros? ¿Es que alguna vez lo tuvieron? Quizá sea culpa suya por vencer a la pereza y no ordenador correctamente los libros del carrito y además salirse a la Gran Vía -no, no pienso daros más pistas- para estirar el rato de descanso para el cigarro y el café. Quizá sea culpa de La Gran Librería, una empresa de tentáculos alargados que estrangula a unos y lanza lejos a otros. Suenan los taconcitos horteras de Olga Labordeta entre las estanterías y cualquiera de ellos -Marcial, Lorena, Santos, Teodoro...- puede ser el siguiente en ser despedido. Y ninguna, ni tampoco Galarza, sabe qué será de nuestras vidas después de esto.

Cada librero tiene sus miserias. Son personas cuyas vidas se dedican a vender las vidas de otros. Y tienen problemas con sus esposas a las que engañan con sucesiones de latinoamericanas inflamables; con los chicos a los que se quiere ardientemente y que al final se acaban yendo; con el país entero y con todos sus políticos y todas sus empresas y todos sus ciudadanos que bien podrían arder; con todos esos libros abominables que merecen ser quemados y dejar hueco al de uno, que, por supuesto, sería mil veces mejor si alguna de las veinte editoriales diese el afirmativo. Concluye la trilogia de Galarza sobre una ciudad que a veces resulta demasiado grande y aveces demasiado pequeña. Donde uno se pierde dentro de su propia vida -en las cosas que no hizo y en las que no debió hacer-. La librería quemada concluye la radiografía de un mundo laboral renqueante, que promete ser cada vez más complicado digan lo que digan, en el cual ya a uno le aburre que le hablen de sueños. Alguien los está matando. O quizá, por inanición, lo hagamos nosotros mismos. ¡Plaf!

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