"No creo que lo tradicional reste valor a las obras"

Dicen que la vida de un libro -creo que en cuanto a novedad editorial se refiere- dura sólo unos meses. Pero ya sabéis que soy de las que piensan que un libro vive eternamente, y que descubrirlo, leerlo, incomodarte y fascinarte dos años y medio después de su publicación es una fecha tan acertada como el mismo día en que se puso en venta. Lara Moreno (Sevilla, 1978) publicó su primera novela, Por si se va la luz -después de dos libros de relatos cortos- el pasado otoño, pero yo la encontré con la llegada de la primavera, leyendo en revistas y en blogs acerca de jóvenes escritores -siempre ahí, el espejo- que se olvidaban de modernismos prefabricados y buscaban tanto el origen de la persona, enraizado en la tierra, y el origen de la narración, tradicional dijeron algunos, histórico, trabajado y de calidad lo llamo yo. Nadia (así estuvieron a punto de llamarme mis padres) y Martín lo abandonan todo -y ese todo es todo lo que tienes si ahora mismo echas un vistazo a tu alrededor, aquí donde leas- por irse a un pueblo perdido. En esa vida que se deja atrás flota un no se qué post apocalíptico. El frío es viejo y el calor insoportable. Se arrastran los ancianos y guardan secretos. Se mueren, y llegan vidas nuevas. Alguien apalea a un perro, y todos se preguntan cómo han llegado hasta allí. Pero no se dice, porque ésta es una gran novela de preguntas. Y ésta, una charla maravillosa -e inteligente-.

- ¿Puede la naturaleza –o, en su caso, un pueblo perdido- devolver al hombre a su estado primigenio?
Sería muy arriesgado sentar cátedra sobre eso. Quién lo sabe. Realmente, ¿cuál es el estado primigenio del hombre? Creo que difícilmente habiendo vivido en nuestra sociedad se puede dar marcha atrás de esa forma. Otra cosa es que la naturaleza arrase con todo y los hombres que nazcan en esa nueva realidad sean iguales que los primeros hombres, repitan los mismos comportamientos, con unas condiciones parecidas. Lo que yo trabajé en la novela fue más bien una muy leve aproximación. Los personajes tienen un contacto directo con la naturaleza, pero un contacto limitado: tienen agua corriente, luz eléctrica, algunos tienen frigorífico. En comparación con la vida en las ciudades, en las grandes ciudades, sí que sufren una regresión, pero eso es más por la desnaturalización con la que vivimos hoy en día que porque en esa aldea abandonada estén de alguna forma regresando al hombre primigenio. Estamos tan alejados de la tierra que cualquier cosa nos parece una animalada feroz. En Por si se va la luz se vuelve a algún lugar, a algún estado pasado; al hacerse muy básico el entorno se intensifica la mirada, el instinto. Pero el hombre contemporáneo sigue siendo el hombre contemporáneo, con todas sus complejidades y sus taras. 

- ¿Y qué hay en él: amabilidad comunitaria o el egoísmo del superviviente? 
En aquella aldea creo que hay ambas cosas. De hecho eso fue algo que me sorprendió mientras escribía. Empecé enfocando la situación de cada uno desde un punto de vista muy individual, casi de enemistad con el otro, con ese sentido egoísta de la supervivencia, sí. Pero luego me di cuenta de que de forma natural se iban juntando, se iban ayudando, se iban convirtiendo en una pequeña comunidad con sus derechos y obligaciones. Mientras escribía, especialmente con el trío que forman Damián, el viejo, la joven Nadia y la niña Zhenia, vi cómo creaban un lazo natural de dependencia y afecto, vi cómo la relación que tienen entre ellos los beneficia a todos, los hace mejores. Y reflexioné sobre esto, sobre la tendencia humana a la necesidad del otro, a los vínculos emocionales, a la empatía; independientemente de la agresión, el dolor, la traición posterior, hay algo que nos junta de forma inevitable, nos arrastra a formar comunidades, familias, mejor o peor paradas. 

- ¿Eres de grandes grupos o más bien una mujer solitaria?
No soy una mujer solitaria para nada. Me gusta muchísimo la gente. He aprendido a estar sola ya de mayor, hace relativamente poco, y no sé si se me da bien siempre. El único caso en que necesito una estricta soledad es para la escritura (y no para toda ella). 

- ¿Es esta novela es el aviso de una huida?
No, cuando escribí esta novela yo “estaba” en una huida, en una huida relativa. Luego volví a la ciudad. Esta novela es la indagación sobre un posible futuro, una posible esperanza y una posible desesperanza. No es una declaración de intenciones, es una búsqueda. 


- ¿No queda nada bueno en la ciudad? 
En la ciudad de la que vienen Nadia y Martín no queda mucho bueno, no. Pero esa no es nuestra ciudad; no es mi ciudad. Claro que quedan cosas buenas en las ciudades. Es más, demasiadas. Por eso vivo en una ciudad como Madrid, por su aluvión de cosas buenas, a pesar del precio que hay que pagar por ellas. 

- ¿Sin qué cosas no podrías vivir? ¿Y qué cosas harías desaparecer?
Contestaré frívolamente, porque esta pregunta si no puede extenderse hasta el infinito. No podría (corrijo, no querría) vivir sin queso, sin vino, sin libros, sin amigos, sin sandías en verano y naranjas en invierno, sin música, sin playas, sin un montón de cosas… Haría desaparecer otro montón de cosas, claro. Pero la primera que se me ha ocurrido: los móviles de última generación (no me separo del mío, que conste), la hiperconectividad, la cobertura hasta en el infierno. 

- Ésta es una novela de personajes, ¿cómo surgió la identidad de cada uno? ¿Cuál es tu preferido: el más dulce, el más complejo, el que peor te cae…? 
Al principio del todo los perfilé en un papel, a lápiz. Perfilé el rol de cada uno, su “misión” dentro de esa minisociedad que construirían. El filósofo, la vieja (médico, bruja), el abuelo, la pareja, el elemento sexual, la infancia, etc. Pero estaban huecos, fueron formándose poco a poco conforme escribía. Es muy difícil decantarme por uno de ellos. Martín me cae fenomenal y lo envidio profundamente, es de los más sólidos y más cuerdos. Enrique fue un reto muy grande, la generación bisagra, la voz de la experiencia. Elena, la más histriónica, la más esencial, la más literaria. Nadia, con la que me estuve enfrentando hasta el final, donde llegué a comprenderla por fin. No puedo elegir uno.  

- Por si se va la luz es una novela lineal y coral ambientada en el campo. Podríamos decir que una novela a la “vieja usanza”. ¿Crees que la experimentación provoca la pérdida de la calidad literaria? 
Es cierto que es eso que dices, una novela coral y ambientada en el campo. Así dicho, queda muy rotundo, supongo. Pero la verdad es que no la considero una novela “a la vieja usanza”, a pesar de que no estoy rompiendo ningún molde visible. En absoluto creo que la experimentación provoque pérdidas de ningún tipo, igual que tampoco creo que lo tradicional reste valor a las obras. Creo que la ruptura ha de ser íntima, una batalla personal, un reto tanto técnico como ideológico como estilístico, un reto literario cada vez que uno se enfrenta a un proyecto nuevo. Y ahí, algunas veces se tiende a romper y otras a conservar, y en cada momento la experimentación será distinta y jugará en distinto campo. Creo que uno tiene que intentar avanzar siempre. Avanzar tiene significados distintos en distintos momentos. Avanzar y a la vez decir, tocar, arañar. Eso para mí es la calidad. 

- ¿Cuáles son tus referentes clásicos y cuáles los actuales?
Solo puedo contestar al azar, en plan metralleta, porque siempre me quedo en blanco con esto y se me escapan los mejores. Nuevos, viejos, recién llegados, en realidad la lista es muy grande: Cortázar, Onetti, Marsé, Faulkner, Nabokov, Blanca Varela, Julián Herbert, Alan Pauls, Alice Munro, Lorrie Moore… Paro ya, que me estresa. 

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