"No hay ficción que no sea una muestra autobiográfica"

Autopsia, de Miguel Serrano Larraz
(Ed. Candaya)

Pertenece a esa generación de escritores -y de personas- nacidas en los 70, niños en los convulsos 80, estudiantes universitarios en los tranquilos 90 y a los que el nuevo milenio e Internet y las redes sociales  y el whatssap les pilla algo crecidos y, sobre todo, escépticos. Miguel Serrano Larraz viene del mundo del relato corto, y esta primera novela es una especie de redención. Había demasiadas cosas que contar en demasiado poco espacio. No hagan caso al resumen de la contracubierta, porque no sólo se trata de un niño de clase media, media-alta, que fue a un colegio concertado y después a la universidad, que tuvo amigos y novias, que tuvo una familia estable que le quiso y le cuidó, y aún así le hizo la vida imposible -es imposible saber por qué- a una niña feucha y débil llamada Laura Buey; habla de la maduración, de los días cotidianos y de los errores de una generación de millones de españoles que se verán reflejados en un espejo un tanto sucio. Pero lo que parecía ser un buenísimo ejemplo de metaliteratura con ese protagonista al que pegan unos skinheads que escribe un poema titulado "El día que me pegaron unos skinheads" y el inicio de una novela titulada "El día en que me pegaron unos skinheads" sobre un chico al que pegan unos skinheads y escribo un poema sobre un chico al que pegan unos skinheads, al final de toda esta telaraña mental resulta que lo único verdadero es el protagonista y autor, Miguel Serrano Larraz, y que todo lo que cuenta es terriblemente verdad.

- Se lo tengo que preguntar, ¿de verdad le pegaron unos skinheads?
Sí, de verdad. Aunque me pegaron poco, ni siquiera hubo sangre (no por falta de ganas, me temo). Tenían mucha energía, una energía contagiosa. Daba gusto verlos correr. Los veías correr y te entraban ganas de correr a ti también, así de contagiosa era la energía que desprendían. Todos éramos más jóvenes entonces. Tuve la suerte de que fuese a plena luz del día, en una avenida muy transitada, y tal vez tuvieron miedo de que alguien me defendiera. Aunque nadie me defendió. Ni siquiera yo me defendí. Fueron cuatro o cinco puñetazos, nada más. Tal vez seis puñetazos. Dudo que fuesen más de seis.

- ¿Cuánto hay de autobiografía y cuánto de ficción en Autopsia?
Yo tengo la convicción de que la autobiografía, el género autobiográfico, es una forma de ficción, y por otra parte no hay ficción que no sea, a su modo, una muestra autobiográfica. Yo me muestro en lo que escribo, pero es posible que los escritores que escriben novela histórica, por ejemplo, se muestren todavía más. Un señor que decide dedicar tres años de su vida a escribir una novela sobre los templarios y sobre la relación de los templarios con los extraterrestres, por ejemplo, está desnudando su alma ante los lectores. Él cree que habla de los templarios y de los extraterrestres, pero en realidad nos está mostrando su corazón al desnudo. Puede resultar sumamente conmovedor.

- ¿Cree en la escritura literaria como un proceso de confesión –y de sanación-?
No. El poeta es un fingidor. El novelista también. Los textos de ficción solo pueden curar a aquel que sufra enfermedades ficticias. Esta entrevista se realiza por escrito y por lo tanto la está respondiendo un personaje de ficción.

- ¿A quién le practica la autopsia en su primera novela: a sí mismo, a su familia, a una generación…?
Imagino que a todos a la vez. A un personaje que es, a su manera, un “hombre sin atributos”. A un pasado ambiguo. A una generación despistada, que aún no se ha dado cuenta de que está condenada a la extinción y al olvido. A una familia cualquiera.

- ¿Se superan con el tiempo y la práctica esos miedos literarios que tiene el escritor adolescente?
Imagino que hay quien los supera, pero no es mi caso. El miedo al fracaso y el miedo a la derrota y el miedo a la humillación (o al ridículo) permanecen maravillosamente intactos. Aunque es cierto que, en mi experiencia, la práctica los hace más llevaderos, cuando acabas por darte cuenta de que casi todo da lo mismo, al menos en literatura. Entonces empiezas a reírte.

- ¿Qué poso dejan en la madurez los ídolos juveniles como DJ Hans Castorp?
Un vacío enorme. Quedarse sin ídolos nuevos resulta desolador. Y revisar los ídolos de otra época también puede conducir a una melancolía muy dolorosa. Tener ídolos con pies de barro puede resultar cómico, pero aún peor es idolatrarse a uno mismo. 

- ¿Es más fácil trabajar con personajes reales que con inventados?
No encuentro ninguna diferencia.

- ¿No le preocupan los posibles enfados –o querellas- que le puede acarrear hablar de personajes reales sin su consentimiento?
¡Ja ja ja! No, por supuesto que no. Creo que en mi novela no hay ningún personaje real que aparezca con su nombre. Bueno, sí, hay uno, Miguel Serrano Larraz, pero no se va a atrever a llevarme a juicio, por mucho que le hayan molestado algunos pasajes. También hay personajes públicos, pero no digo nada contra ellos, espero, Ariadna Gil y Javier Sardá son mero atrezzo. Como en la vida real, vamos (salvo en la suya).

- ¿Podría inventar, regalarle una nueva vida, a Laura Buey?
Sería paternalista. Laura Buey lleva su vida, y si le invento una vida nueva, a mi medida (o a la medida de la culpa de mi personaje), me estoy colocando por encima de ella. No creo que ella me lo perdonase. O yo no podría perdonármelo. 

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